martes, 20 de enero de 2009

Los Diarios y el tiempo que nos queda






Ciertos textos fueron construyendo nuestro interés por desarrollar espacios de encuentro y discusión. Primeros esbozos que fueron articulando a Atoq. Este es uno de ellos.

Los Diarios y el tiempo que nos queda
Una mirada desde Wittgenstein a los diarios de “Los Zorros




“¿Es mucho menos lo que sabemos que la esperanza que sentimos, Gustavo?[1]


A modo de introducción

El presente ensayo pretende forjar un punto de enlace entre estos dos autores. No utilizar a Wittgenstein, y su obra, como la manera correcta y adecuada de leer Arguedas. Sino marcar la necesidad de ambos por una nueva sensibilidad, una nueva manera de acercarse a los problemas a investigar. En ambos autores la vida y la obra están ligadas de una forma que se nos hace evidente que su apuesta y su mirada no es aquella que se realiza desde ningún lugar, sino desde sí mismos, desde sus experiencias más personales. Sus discursos, no pretenden la objetividad desarraigada del tiempo y del espacio, por el contario, cada idea pasa por ellos como un dolor, una agonía, pero a la vez, como placer y goce.

De la vasta obra de Arguedas, nos centraremos en los diarios de su última novela “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, pues creemos que son en conjunto el testimonio, precisamente, del ejercicio de ese pensar el Perú, ligado a su propia vida. La relación con Wittgenstein surge de esta sensibilidad compartida, pues éste último veía que si el pensar no pasaba por uno, en verdad, no se hacía filosofía[2]. Se suma a ello que el propio Wittgenstein escribiera sus diarios[3] durante la I Guerra Mundial, en espera de la muerte[4], o el de un milagro que cambiara intempestivamente su modo de “ver las cosas”[5]. Los diarios se convirtieron, de esta manera, en su espacio de creación y de confesión. Arguedas por su parte, nos brinda en los suyos, un espacio de confesión abierta, como muestra del proceso creativo que enfrenta. Los diarios se convierten así, en la lucha por comprender tanto lo que ocurre en Chimbote, en Perú, como en su propia vida.

La mirada de Wittgenstein

En el texto conocido como el Cuaderno azul, Wittgenstein hace referencia a nuestra ansia de generalidad, la cual es “la tendencia a buscar algo común a todas las entidades que usualmente incluimos bajo un término general”.[6] Este algo en común sería una esencia que dotaría de forma y unidad a los conceptos, sería lo que nos permitiría buscar la correspondencia entre un sustantivo y un objeto, como si signo y objeto coexistieran[7].

Es así que para Wittgenstein, es una confusión filosófica el intentar preguntar ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es el significado de una palabra? ¿Qué es el conocimiento? y así sucesivamente con otras preguntas de este estilo. Lo que tratamos de encontrar en ellas, es una suerte de respuesta general, es decir, algo que nombrar. Lo que propone Wittgenstein, es más bien pensar los términos a la luz de los casos particulares, de los usos que éstos tienen, preguntarnos por el modo en que los empleamos, de manera que se nos muestre de qué forma se constituye un concepto, que empecemos a verlo, como lo que comparten nuestras vivencias entre sí.

Debido a lo anteriormente expuesto es que la pregunta por el ¿Qué somos? o ¿Quiénes somos? no se haga ya de la misma manera. No se puede buscar un en sí. Lo que somos no se constituye a partir de una esencia determinada, sino que por el contrario, es una mezcla de percibir un objeto en relación con otros, fenómeno muy distante de esencias y categorías.

Wittgenstein entiende además que la labor filosófica es una actividad que ocupa nuestro tiempo de vida. Para él la filosofía es “…trabajo sobre uno mismo”.[8] Es el ejercicio de entender qué es lo que nos llama la atención del mundo, empezar a encontrarnos con el lenguaje, y dejar de verlo como un instrumento, como algo alejado de nosotros, para empezar a verlo como lo que nos constituye, como lo que finalmente somos.

Reflexionando sobre esta manera particular de asirse al mundo, Wittgenstein señala: “Creo que la lectura de mis notas podrían interesar a un filósofo que fuera capaz de pensar por sí mismo. Puesto que, aunque sólo raramente haya dado en el blanco, podrá reconocer los objetivos que siempre he tenido presentes”.[9]

Como ya lo había mencionado en la introducción del Tractatus, Wittgenstein no busca desarrollar un método filosófico que nos señale qué hacer ni cómo hacerlo, sino que por el contrario nos reta a encontrar en la empatía con su obra y su problemática, los temas que son importantes para nosotros y que siempre son un referente de cuestionamiento en nuestras vidas.

El lenguaje se constituye constantemente, de manera vital, y es ésta la que irónicamente nos pasa de manera desapercibida, pues nuestra mirada recae en problemas que creemos que lo son, aquellos que abordamos con nuestra intelectualidad, cuando en realidad lo que se requiere es de otra mirada, otra forma de comprender, para resolverlos. Es esta otra mirada aquella que nos permita ver aspectos[10], mirar que no solo repara en la figura plástica, sino que tiene presente, la compleja trama de relaciones con que se forma la comprensión. Esto último no necesariamente implica la supremacía de los sentimientos y emociones sobre el intelecto, sino más bien un modo holista de comprender los fenómenos, de cómo existen problemas (como el caso de los filosóficos), en que es necesario poder posar la mirada en lo que somos, en lo que está al alcance de la mano, pero que irónicamente se aleja más de nosotros. De ahí que lo que habrá que cambiar es nuestra voluntad, para lo cual será necesario trabajar en ella, dejando de explicar las cosas con el afán de perfección o de universalidad total sino de novedad absoluta para empezar a darle valor al caso particular (tal como en las “Investigaciones Filosóficas”). Es así que señala Wittgenstein:

“Uno de los mayores obstáculos de la filosofía es la expectativa de explicaciones nuevas, profundas // nunca oídas //”.[11]

Así la filosofía se transforma en un encontrarnos, en un entender qué nos connota, qué nos es importante, es una acción que se realiza en nuestro tiempo de vida. De esta manera, un problema lo es porque nos impele en el fondo de nuestra voluntad, porque nos es importante a nosotros, con lo cual no propone un solipsismo encubierto que pretende hablar de sentimientos exclusivos o de un mundo personal y privado, sino que nos hace relevante la necesidad de dejar de cosificar no solo al mundo que nos rodea sino que también a nosotros mismos.

“/Los hombres están profundamente incrustados en confusiones filosóficas, esto es: gramaticales. Y liberarlos de ellas presupone sacarlos de la inmensa multitud de conexiones en las que están atrapados. Por así decirlo, se tiene que reagrupar la totalidad de su lenguaje. –Pero este lenguaje ha llegado a ser así //se ha desarrollado//, por que los hombres tenían –y tienen– la inclinación de pensar d e e s t a m a n e r a. Por lo tanto el sacarlos fuera solo funciona entre los que viven en una rebelión instintiva contra//insatisfechos con// el lenguaje. No con ellos que viven, de acuerdo con todos sus instintos, en el rebaño que este lenguaje ha creado como su expresión genuina. /”[12]

Es dejar de lado la necesidad que tenemos de configurarlo todo, de conseguir una explicación que muestre de manera diáfana una solución, la cual encierra de manera total los conceptos, creando una estructura en que todo se engarce de una forma perfecta. Y empezar a entender el lenguaje con toda su carga afectiva, es dejarse llevar por la experiencia, dejar de preguntar, para que empecemos a sentirnos en relación con la experiencia, de manera que ella sola nos dirá qué preguntar y cómo hacerlo.

La mirada de Arguedas

Para nosotros, los diarios de Arguedas son una suerte de “lugar de reposo”, de espacio heurístico (sin que ello signifique que la novela no lo sea) que proporciona la posibilidad de comprender qué se está haciendo, tanto en la obra misma, como en la reflexión y vida del autor. Es desde estos diarios que él nos revela la frustración y ansiedad que siente al comprender que lo que percibe en Chimbote es lo que está sucediendo en todo el Perú. Es esa extraña sensación que va surgiendo con respecto al bien y el mal, aquella que le indica que esa contraposición maniquea no se restringe a un grupo social en particular respectivamente y que además el odio entre los peruanos, se presenta de manera compleja.

Arguedas entiende lo que pasa en el Perú, y ve las consecuencias que esto depara en el futuro inmediato, pero se resiste en algún resquicio de su ser en comprenderlo de esa manera, lucha contra ello. Es exactamente la contradicción que se mantiene en él, entre una mirada estética que ve con dolor y repudio a lo que nos conduce el odio, pero a su vez, es conciente que ese odio es transformador y conductor a un cambio en la sociedad en donde bienes y males se entremezclan. En él fondo de su ser se haya la esperanza de que las cosas se puedan resolver de otra manera, sin un conflicto directo, pero ante él se extiende un mundo lleno de transformaciones violentas (como Cuba o Vietnam) que parecieran demostrar, que los cambios solo se logran con la sangre y las armas.

La elección de presentar a Arguedas desde una perspectiva que busca ir más allá de las esencias y categorías como la de Wittgenstein, específicamente en sus diarios, no busca cuestionar la certidumbre de su pensamiento ni hacer una revisión acerca de su posición frente al Perú. No nos interesa aquí aclarar dudas con respecto a si tenía una visión esencialista o no del Perú. Para nosotros no la tuvo. Pero lo que nos interesa destacar es que tanto Arguedas como Wittgenstein postularon, cada uno en su estilo, la necesidad de desarrollar otra mirada, otra forma de comprender las cosas, para no entrar en aporías o en caminos cerrados. Con ellos descubrimos que toda situación o contexto está llena de vida y que ésta requiere de otra sensibilidad para comprenderla. De la misma forma que lo hacemos en Wittgenstein, reconocemos en la mirada arguediana una propuesta estética, entendida ésta en su sentido griego de aisthesis, es decir, el de la percepción del mundo a partir de los sentidos, y la relación que éstos tienen con la creación, con la poíesis y en el caso específico de Arguedas, en la manera como esto se encuentra ligado a la construcción del conocimiento.

Como decíamos líneas arriba, Arguedas presenció los cambios que se generaban en el Perú, pero no quiso ser ni actor ni espectador. No lo deseó así porque tuviera una mirada esencialista del mundo, nada más lejano que ello, sino porque hay dolores que se llevan la vida de uno, dolores que no nos permiten ver un más allá tras ellos. “Parece que se me han acabado los temas que alimentan la infancia, cuando es tremenda y se extiende encarnizadamente hasta la vejez. Una infancia con milenios encima, milenios de historia de gente entremezclada hasta la acidez y la dinamita. Ahora se trata de otra cosa”.[13]

La realidad del Perú se le escapa de la piel, lo desgarra de forma tan intensa que llega a sentir que es demasiado para él, y como dijimos anteriormente, de eso está consciente Arguedas. Sabe que se requiere de otra forma de comprender, de ver las cosas, y es ese conflicto el que nos muestra los diarios. La pugna interna que vive Arguedas al interior de su ser no es por sentir una vida desperdiciada tras la búsqueda incesante y esquiva por una salida para el Perú, que en algún momento pudo parecer esencialista, sino por la impotente sensación de que le falta vida y fuerza para acompañar y contribuir a ese nuevo tiempo que se aproxima, en suma, por no poder ser ese canal de comunión y encuentro entre los hombres como siempre quiso. Él no simpatiza plenamente con la violencia que ve, lo desgarra sentir que sea ese el camino, y que no haya uno que permita el encuentro de diferencias e igualdades entre las culturas, distinta a la que existe entre aquellos zorros que de manera sempiterna están en disputa.

(Refiriéndose a Todas las Sangres) “Allí en esa novela, vence el Yawar Mayu andino, y vence bien. Es mi propia victoria. Pero ahora no puedo empalmar el capítulo III de la nueva novela, porque me enardece pero no entiendo a fondo lo que está pasando en Chimbote y en el mundo”.[14]

Para él aquello que sucede en Chimbote, el nuevo proyecto de país, y que se extrapola al Perú, deberá de conformarse de tal manera que pueda valorar y apreciar la multitud de culturas, de formas de sentir y de vivir. Solo cuando dejemos de buscar el hecho fáctico que desencadenó nuestro estigma, la causa primera que provocó lo que somos, nos aceptaremos como somos sin importar color ni olor. No existe aquella llave que nos permitirá abrir la puerta del algún cuarto que encierre todas las respuestas a nuestros problemas, y que una vez descubierta la llave y abierta la puerta podremos comprender al Perú. Cuando dejemos de buscar a los culpables en los otros y carguemos con nuestra propia carga de culpa; cuando podamos ver que nuestro futuro está ligado al de los otros; que nuestro pasado lo está y que nuestro presente es el tiempo para forjar nuestro cambio se abrirá la posibilidad de crear la confianza para el diálogo, para vernos en relación a nuestro pasado, y poder esperar un futuro en conjunto. Sin la confianza, sin el dialogo, solo nos queda esperar que reine el tiempo de la violencia inerte, que cree que al destruir todo lo limpia, todo lo purifica.

“…Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y abrirse otro en el Perú y lo que él representa: se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres «alzamientos», del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el del dios liberador, aquel que se reintegra, Vallejo era el principio y el fin.”[15]

Arguedas como dijimos conoce el Perú de la costa y la sierra comprendiendo lo que sucede, más le cuesta identificarse, generar empatía con todo lo que ve, con ese Chimbote que se lleva y consume todo los rasgos humanos de las personas. El valor de los diarios de Los Zorros, es la sinceridad de un hombre que ha vivido “viviendo al Perú”, dejando de sí en su obra, reflexionando acerca de él, y que al fin de su vida acepta, no alejado de frustraciones y descontentos, lo difícil y complejo que se le hace el Perú. A pesar que en los diarios constantemente se queja de no lograr entender lo que ocurre, logra plasmarlo en Los Zorros, que aunque inconclusa y fraccionada, nos muestra todo el odio y todo el amor que existe y se ha formado en nuestra sociedad, nos logra acercar al Perú que vivimos, al conjunto de nuestra sociedad y de lo que somos, no el de las esencias, sino al de compleja mezcla. Aquello que nos hace tan especiales, nuestra diversidad, es precisamente aquello que nos complica más al intentar comprendernos. Para Arguedas, la diversidad debería más bien abrirnos la mirada y poder desde ella lograr la comprensión, su obra es eso, acercarnos a comprender, no solo a entender lo que sucede, sino a ver al otro desde una cercanía en que los olores nos angustien y desgarren

Terminaré citando un par de ejemplos que nos acercan al modo de escribir y comprender el mundo arguediano. Son escritores y creadores que se encuentran, como lo hizo Arguedas, a ellos mismos en sus obras sin reflejarse como en un espejo, sino que descubren una complejidad en su interior que los desborda.

El primero es el de Marcel Proust. Es solo cuando el personaje de Marcel, en Busca del tiempo recobrado, entiende que no existe un mundo ideal, sino que son sus recuerdos lo que conforman lo que él es, un cúmulo de experiencias subjetivas entremezcladas, y empieza a ver la vida como una tarea, más detalladamente se podría decir como una obra de arte o como un libro por escribir, descubre que es en esa medida, que somos sinceros con nosotros mismos. Es el momento en el que abandonamos la ilusión de la trascendencia para reconocer la importancia de la experiencia en nuestras vidas, de cómo el vivir es una obra de arte, de cómo nuestras experiencias nos preparan para otras nuevas.

Al respecto nos parece ideal la anécdota del escritor japonés Yasunari Kawabata, quien durante toda su vida había vívido obsesionado con la luz del sol. Ésta búsqueda había sido el impulsor de sus viajes a muchos lugares dentro del Japón y en el extranjero, buscando apreciar los mejores matices y contrastes de la luz en la naturaleza. Así nos señala:

“Y, sin embargo, descubrí, por medio de la luz matinal, la belleza de los vasos en un restaurante. Vi esta belleza con toda claridad. Me encontré con ella por primera vez. Pensé que nunca la había visto hasta ese momento. ¿No es precisamente este tipo de encuentro la esencia misma de la literatura y también de la vida humana? Si digo esto, ¿estoy yendo muy lejos, estoy exagerando mucho? Quizá sea así, pero también quizá no. En mis setenta años de vida es aquí donde por primera vez descubrí y fui consciente de esta suerte de luz que producen los vasos.”[16]

Los diarios como concepto cargado de contenido vivo ha sido el punto de partida para reflexionar en torno a los últimos momentos de Arguedas en su complejidad y totalidad como escritor, antropólogo y sobre todo como ser humano el cual encierra a ambos y ninguno a la vez. La lucha interna que presenciamos en la obra por sobrevivir es al mismo tiempo la del país. Es este nuevo Chimbote-Perú lleno de voces, de distintos zorros el reto que se nos plantea de aquí en adelante. Es la convicción en una nueva sensibilidad para enfrentar al mundo, como lo propone también Wittgenstein. Es descubrirse a sí mismo mientras descubro a los demás. Encontrando en las cosas más insignificantes nuevos sentidos y descubriendo aún en las transformaciones dolorosas, como las que vivimos en nuestro país, la belleza de lo humano en toda su magnitud.

Es así que al final el epígrafe se entiende mejor desde alguien que conoció al Perú y a quien lo sobrepasó la esperanza de encontrar el flujo del río que nos encuentre al final a todos nosotros.

Juan Alberto Gonzales Hurtado.
Abril-Mayo 2006
Notas

[1] Arguedas, José María. “El Zorro de arriba y el Zorro de abajo”. Ed. ALLCA XX, 1990, Madrid. p 244.
[2] “No, lo profundo y lo siniestro no se comprenden por sí mismos si sólo llegamos a conocer la historia de las acciones externas, sino que somos nosotros quienes los adscribimos a partir de de una experiencia de nuestro interior.”. Wittgenstein, Ludwig. “Observaciones sobre la Rama Dorada de Frazer”. Ocasiones Filosóficas, Ed. Cátedra 1997, Madrid. p 159.
[3] Conocidos en la actualidad como sus diarios secretos, los cuales siguen un sistema muy sencillo de código, en que se invertia el alfabeto, por ejemplo si quería escribir la letra A escribia la Z y así suscecivamente.
[4] Decimos esto sin exagerar, pues Wittgenstein se ofrecía como voluntario para puestos muy riesgosos.
[5] En sus diarios de Guerra es usual que Wittgenstein hable de la necesidad de que ocurra un milagro en su vida, que además de referirse a que suceda un hecho fortuito e inesperado, apela a la sensación que este produce, al cambio de espíritu que exige, a lo que se logra aprehender de él. Así escribe el 28 de noviembre de 1914: “…Creo que, en el ambiente de estas personas groseras y ordinarias , a las que no refrena peligro alguno, NECESARIAMENTE sucumbiré de un modo miserable, a no ser que me ocurra un milagro que me dé mucha más fuerza y sabiduría de las que ahora tengo. ¡Sí, para que yo pudiera sobrevivir a ello tendría que ocurrirme un milagro! Estoy angustiado por mi futuro. Trabajo poco. ¡Un milagro! Un milagro.”. Wittgenstein, Ludwig.“Diarios Secretos”. Ed. Alianza Editorial 1998, Madrid. p 103.
[6] Wittgenstein, Ludwig. “Cuadernos azul y marrón”. Ed. Tecnos, 1968, Madrid. p 45.
[7] Ver Ibid. 31.
[8] Wittgenstein, Ludwig. Filosofía. Ocasiones Filosóficas, Ed. Cátedra 1997, Madrid. parágrafo 86, p 172.
[9] Wittgenstein, Ludwig. Sobre la certeza. Ed. Gedisa, 1988, parágrafo 387, p 50c.
[10] “Al color del objeto le corresponde el color de la impresión visual (este papel secante me parece rosa, y es rosa) a la forma del objeto la forma de la impresión visual (me parece rectangular, y es rectangular), pero lo que percibo al fulgurar el aspecto no es una propiedad del objeto, es una relación interna entre él y otros objetos.
Es casi como el si el ver el signo en este contexto fuera el eco de un pensamiento.”. Wittgenstein Ludwig. “Investigaciones Filosóficas”. Ed. Crítica, Barcelona. 1988. p 485.
[11] Wittgenstein, Ludwig. Filosofía Ocasiones Filosóficas, Ed. Cátedra 1997, Madrid. parágrafo 89, p 180.
[12] Ibid. Parágrafo 90, p 182.
[13] Arguedas, José María. “El Zorro de arriba y el Zorro de abajo”. Ed. ALLCA XX, 1990, Madrid. p 81.
[14] Ibid. p 79.
[15] Ibid. pp 245-246.
[16] Kawabata, Yasunari. La existencia y el descubrimiento de la belleza. Lienzo -- No. 10 (Jun. 1990), p 281.

1 comentario:

Escita dijo...

Keny chevere que hayas colgado lo que trabajaste tratando de relacionar tus inquietudes en Wittgenstein y el encuentro que tuviste con los zorros. Ganbatte!

Datos personales

Grupo Atoq. Investigación y Creación Audiovisual, es un grupo interdisciplinario de profesionales de la Universidad Católica, quienes a partir el cine y la fotografía, busca generar espacios de diálogo y reflexión para la sociedad civil, sobre temáticas sociales que tienden a ser invisibilizadas o abordadas de manera superficial. Una de las maneras en que realizamos esto, es a partir de la exhibición de películas, como medio para propiciar el diálogo y acercamiento a diversas realidades. Aunamos a la exhibición el espacio del foro en el que participan especialistas que nos acercan a las temáticas tratadas. En quechua Atoq significa zorro, y el grupo se identifica con ese animal, que es parte del mundo andino y que inspiro la novela del escritor peruano José María Arguedas “El Zorro de arriba y el Zorro de abajo”. Para nosotros la obra de Arguedas es una inspiración permanente, pues capturo las inequidades que existen en nuestro país, y nos mostro que la diversidad no debe ser el nombre del problema sino el reto a asumir.

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